La curiosidad innata del ser humano (entre otras habilidades) es la que ha ayudado en la evolución de su especie. Es un hecho constatado. Pero curiosidad e inteligencia no caminan por el mismo sendero.
Por qué nos empeñamos a toda costa en querer descubrir las miserias de los demás, utilizando esa curiosidad malsana, a base de preguntas impertinentes y rastreras, que nos hace perder el tiempo en una conversación ocasional. ¿Es tan importante? ¿Nos aporta algo positivo? ¿Es cuestión de una mala educación?
A lo largo del día recibimos cantidad de preguntas que rayan la insolencia, la desfachatez y el trasfondo más soez; poco edificante para el orgullo de la raza, como es la inteligencia.
Es hora de actuar en contra de todos estos indeseados y banales interrogatorios, desde una posición socialmente consensuada. Así, cada vez que nos topemos con estos especímenes, devoradores de males ajenos, podemos enseñar una tarjeta (sí, amarilla, por ejemplo) en donde rece: «¡Nivel intelectual muy bajo! Hágaselo mirar, por favor». El interrogatorio queda zanjado, sin haber respondido a pregunta alguna.
Ya que los sistemas educativos no corrigen estos defectos, hagámoslo a manera de competición deportiva, en donde la tarjeta amonesta o expulsa a la persona que no cumple con las normas, en este caso de educación.
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